jueves, 26 de noviembre de 2009

En el mundo de Chocolate.

De aquello es mi mejor amigo: Chocolate.
Recuerdo claramente el día en que lo conocí: No me creerán que... ¡sus dedos eran de Pincel!. Sí. De pincel.
Lo pude comprobar. Todos los días que aparecía me enviaba el álbum con las creaciones de Arte.
Sencillez, ternura, aptitud, desempeño, esfuerzo, carisma, mente de niño, fragilidad, inteligencia, poder de adaptación, y un sinfín de tantos otros adjetivos calificativos respecto a su persona; me hicieron notar que debía ser
mi amigo.
Entonces comenzó todo, y ¡cómo dejar tan linda costumbre en este momento!. Prácticamente se volvió fundamental,
necesario, importante...
Un día, como todos básicamente; word me adelantó muchas cosas. Me contó que Antonio está solito, que vive con su padre. Me contó que cuando pequeño le gustaba arreglar cosas, que, si bien no quedaban perfectas; llevaban dentro de sí una dulce intención. Pues así fue haciéndose cada vez más interesante todo ya que luego de eso lo conocía más.
Por consiguiente, y sin poder evitarlo, le envié debida respuesta. ¿Cómo no hacerlo cuando te han escrito con un teclado de Chocolate?.

Bien. Así comenzó esto. Y entre programas radiales telefónicos, sonrisas, millones de abrazos, ternura, caribe, azúcar, colores, frutas, monitos, Pixar, letritas y miles de toneladas de chocolate...
Les cuento a todos que Lo Adoro.

Sencillamente mi mejor amigo.


jueves, 23 de abril de 2009

La Primera Vez..


“Cuando sientas el verdadero amor;
Verás que reemplazarlo... Sería imposible”


Desde el primer día que la vi, mi olfato no se dedicó más que a seguir el rastro de su inolvidable perfume, y mis ojos, a no perderla de vista jamás.

Vivir en España fue la experiencia más fantástica que he tenido en toda mi vida, pues gracias a mi padre y su traslado de trabajo, logré satisfacer a mi corazón de la forma más incomparable que nadie se podría imaginar siquiera en sueños.

Mi felicidad, tuvo nombre y apellido por años: Antonella Martina Lébriele.

Provenía de una familia muy acomodada. Su padre, un gran millonario de la ciudad de Madrid, compró una mansión que estaba a menos de una cuadra de nuestra dirección cuando yo tenía unos dieciséis años de edad.

Recuerdo que nunca miré a una mujer antes pues mi gran pasión siempre fue estudiar y participar en campeonatos de matemáticas, mas nunca lo miré como una monotonía.

Llevábamos alrededor de un año viviendo en Madrid en la infraestructura más acomodada que puede existir. Mi pieza, que estaba en el segundo piso, daba vista a un campo de vecinos ricos por la derecha, y a la mansión de Antonella por la izquierda, lo cual logró crear en mi el más favorito de los pasatiempos que alguien tendría en su propia casa. La veía salir, -con su cabello al viento que tanto me gustaba mirar-, dos veces al día cuando la mandaban a comprar, y mientras más pasaban los días frente a su ventana, más incontrolable se hacía el deseo de conocer a tan bella mujer.

No logré aguantar las ganas aquel día e inventé a mi madre y a mis hermanas, que saldría a tomar fotografías un rato para un trabajo de la escuela.

Fue así como me topé con ella a la misma hora que la veía caminar todas las tardes con dirección al almacén. No sabía qué hacer, mis manos tiritaban de nervios y mi corazón latía como si hubiese querido salir de mi pecho para acercarse al de aquella mujer.

Iba tras ella, y recuerdo que en una ocasión me miró como si sintiera que yo la perseguía, aunque no muy equivocada estaba. Me toqué el pelo para adecentar en lo que más pudiera mi presentación personal, y me atreví finalmente. Le hablé, y fue quizás, mi acento lo que logró su total atención en mi.

-Buenas tardes- le dije con tono cortado aunque muy cortejador.

-¿Sí?- Me respondió ella con su adorable voz de adolescente. -¿Te ayudo en algo?- insistió.

-¿Tienes unos minutos para mí?- pregunté. –Me presento, mi nombre es Sebastián, y sólo quisiera conocerte- insistí.

Quedó en silencio un rato y creo recordar que sonrojó por unos segundos.

Vaciló unos momentos pero finalmente me respondió con voz sutil:

-Si quieres conversamos un momento, pero antes debo ir a comprar- replicó ella.

Entonces le di mi afirmación e incluso ofrecí acompañarle a comprar. Fue hasta aquello perfecto, pues no siempre un desconocido da aquella confianza que ella depositó en mí, inocentemente. Fue como un milagro caído del cielo.

La acompañé entonces de vuelta a su casa a dejar lo que había comprado, y pidió a su madre concesión de salir un rato pequeño. Antonella era la hija menor, y siempre cuidaban mucho sus horarios, sus amistades y el entorno en que estuviera. Su madre no tuvo problema al verme, ya que era amiga de Magdalena Cortés, mi madre, y siempre le habló muy bien de mí.

Caminamos por una plaza que rodeaba nuestra cuadra, y allí la invité a sentarnos un momento para conversar. La conocí, y fue ese día cuando me dijo su nombre. Antonella Martina Lébriele, era el apelativo más lindo que oí hasta mis días. Anto era un año menor que yo. Recuerdo también, que muy artista y caballero, corté una rosa roja para ella después de conversar una media hora, para decirle lo mucho que me gustó su compañía. Ella solía reír tímidamente y su inocencia me mataba, por lo que siempre fue esta, su mayor fortaleza y mi peor debilidad.

Pasaron tres años desde que hablé ese bendito día viernes con tan linda mujer, yo tenía diecisiete y ella dieciséis, y nunca cambiaba mi querida y adorada doncella. Debo admitir que si hay algo que me enamoraba y me enloquecía cada segundo más de ella, era su ternura de niña pero su aroma de mujer.

Al cumplir yo, veinte años, éramos aún amigos, aunque yo agonizaba por tener su amor, por ser aquel príncipe que ella describía como su hombre ideal, aquel que ella me contaba que sólo veía en las películas y leía en los libros. Me propuse ser su príncipe y logré conquistar su corazón el último año; cuando ella cumplió dieciocho y estaba más abierta a encontrar la felicidad. Le encantaban los bombones de almendra, y solía dejarle un envoltorio de éstos en la entrada de su gran casa. Al verlos, ella inmediatamente abría su cortina y allí estaba yo. Siempre para ella, al otro lado de nuestro mundo.

Me sonreía, y nunca olvidaré los besos que destinaba desde lo lejos hacía mi ventana con su finas y delicadas manitos.

En invierno de 1993, le anticipé mediante una carta, que le tenía una sorpresa que por cierto, le encantaría, y por supuesto, lo cumplí.

Esa tarde, más precisamente aquel sábado cinco de enero, pedí su mano frente a toda su familia, con un anillo que me costó meses de salario y por cierto, esfuerzo.

Su padre, don Julio César Lébriele, me dio previamente la aceptación junto a su esposa. Sólo faltaba ella... La reina de mis sueños daría la respuesta final:

-Serás el esposo perfecto para mí, querido príncipe del cielo- dijo ella.

Su padre la abrazó, y ella exclamó entonces:

-“Por supuesto que acepto, vida mía”-

Al escuchar aquello, mi corazón se aceleró con creces, mi mente se apartó de toda realidad, no sabía si sosegar o saltar de alegría, y sólo tuve la fuerza de decirle: -“Serás la mujer más feliz del mundo conmigo, doncella preciosa”.

Pasamos meses planificando la boda.

Ella, soñó siempre con casarse en un campo con muchos invitados, y así sería entonces. Don Julio César, nos transmitía siempre que le pidiéramos cualquier cosa que nos hiciera falta para la organización. Siempre podíamos contar con él porque es de aquellos hombres que saben lo que es el amor.

Cuando no era su madre, entonces era él quien me auxiliaba en mis planes de conquista para Antonella.

Nunca imaginé que me podía enamorar a tal extremo de satisfacer en todo a una mujer, de darle el gusto en cada pequeño y gran deseo que pasara por su mente... De dedicarle tanto tiempo, de imaginar tantos obsequios nuevos y distintos para ella cada vez que la visitaba. Ella fue mi mujer perfecta...

Me desperté un jueves a sólo un mes de nuestra boda, aquel horrible día...

Y definitivamente despertar fue lo que nunca debí haber hecho.

Abrí mi cortina, como todas las mañanas, y la mansión Lébriele estaba absolutamente vacía. La cortina roja que miraba cada comienzo del día, no era más que una capa invisible sobre un vidrio exánime, sobre paredes lúgubres cubiertas de soledad, y un tejado lleno de hojas de otoño tan tristes como mi vida desde ese día.

Se mudaron sin razón aparente, mi preciosa desapareció sin dejar una desdichada huella siquiera.

Huyó, se marchó, era un sueño quizás, tal vez la obligaron, o simplemente me olvidó.







Sólo sé que...


“He perdido a mi doncella.
Y diez años después, no he perdido la esperanza de encontrarla...”

jueves, 27 de marzo de 2008

Sobrevivencia Actual.


A diario solemos ver que el mundo se complica la vida por nada, muchas veces sin siquiera un causal para esto.

Siempre he tratado de aprovechar lo que tengo y ser feliz con ello, pero por qué tanta gente no lo hace? Por qué siempre esa ambición de querer más y más?
En todo ámbito, el hombre siempre tendrá la mala costumbre de idolatrar lo que no tiene, y eso viene desde pequeños, pues a todos se nos dio una previa enseñanza, la que por costumbre, nos lleva a ser grandes o hipócritas personas más adelante.
Hay gente que lo tiene todo, mientras que otros luchan por un pedazo de pan, pues las cosas no se regalan.

Quizás el destino puso de cierta forma la vida para cada uno de nosotros, y todos tenemos una meta distinta, pero lo cierto es que sólo algunos podrán decir con orgullo; "Este es el fruto de mi propio esfuerzo".

En lo personal, agradezco día a día mi apellido, saber ser feliz con lo que tengo y el hecho de no ser una más del montón.-

La hora es: